dissabte, 19 de gener del 2019

Estación de penitencia



Desde hace algún tiempo me intereso cada vez más por el devenir de determinadas formas de la cultura popular de la Península Ibérica, aunque en este  caso se trate de Canarias, esto es una isla que epretenece geográficamente al continente africano o a Macaronesia, como se prefiera. 

Cuando me inicié como antropólogo a finales de los setenta, el concepto de «cultura popular» era objeto de controversia. Por un lado había un llamamiento más o menos explícito para revisar los criterios de registro del folklore positivista, por el otro algunos pensábamos que el seguro de enfermedad o la aspirina formaban parte ya de una cultura popular que desbordaba, con mucho, los límites tradicionales entre lo rural y lo urbano o la comunidad y la sociedad. 

En mis primeros pinitos de etno (cinemato) grafía, en Hinojos y en el Rocío principalmente aun era posible, a finales de los setenta, recuperar y documentar formas de vida que iniciaban su transformación de la mano de los cambios en la sociedad global. En Hinojos, sin embargo, el Corpus Christi de medio siglo atrás mantiene aun unos rasgos sustancialmente parecidos. Mi interpretación iba en el sentido que en Hinojos  el Corpus es un signo de identidad local, sin pretensión «turística» y ello posibilita reproducir unos determinados rituales sin grandes cambios formales aun cuando el significado religioso fundacional pueda haberse diluido. En el Rocío, en cambio, las imágenes de Almonteño déjame que yo contigo la lleve, rodadas entre 1979 y 1980 ponen de relieve una realidad hoy profundamente transformada, tanto en forma como en significado, de la mano de su inserción en la cultura global y en la necesidad para los almonteños de resignificar su identidad. Si escribí al respecto hace algunos años, una simple revisión del material visual actual sobre el Rocío, lo evidencia claramente

Aunque, en mi vida profesional, salvo en el Rocío, no me he ocupado análisis de eventos y rituales religiosos, las circunstancias recientes de mi vida: el re-descubrimiento de la cinematografía como herramienta etnográfica, mis mismas necesidades de avanzar hacia una progresiva profesionalización de esta actividad en el contexto de mi jubilación, me han llevado a fijarme, muy especialmente en cómo determinados acontecimientos rituales vinculados a la Iglesia Católica, sufren cambios sustanciales en dos sentidos: su resignificación como rituales identitarios en el marco del inevitable proceso de laicización de la sociedad occidental y a la vez la ruptura o la independización del sustrato religioso que daba pie a su realización. Lo he mostrado en el caso de las fiestas patronales de Caravaca o en la romería votiva de Mazarrón, asi como en la cabalgata de los Reyes Magos en el Rocio.

El caso que propongo hoy me parece particularmente interesante. Como siempre en estos casos Gamvik y yo no vamos explícitamente a hacer el turista, el guirigay, tropezamos con ello por puro azar de nuestros viajes. Alojados en Lanzarote en un apartamento, era menester acudir a un supermercado para avituallarnos. La experiencia me indica que hay que llevar mi pequeá cámara doméstica - una Canon 606-, en el bolsillo junto al micrófono Zoom H1. No siempre hay que desenfundarlo. Al llegar a Tinajo, en el Oeste lanzaroteño a cinco millas al Norte de Timanfaya, apercibimos chicos y chicas disfrazados. La Cuaresma había empezado una semana antes, los carnavales de Santa Cruz, oe l Mardi Gras habían bajado la persiana y nos preguntábamos de qué iba a esto. La regente del supermercado nos lo aclaró. El Carnaval de Tinajo iba a discurrir por el pueblo ese mismo sábado y tras el desfile de las comparsas recalaría en una zona común donde la fiesta se alargaría, alcohol en ristre, hasta la madrigada. Eran las siete y media de la tarde y la Canon i la Zoom por arte mágica se activaron, y aunque la pequeña cámara doméstica que llevo en el bolsillo como si de un boligrafo bic se tratara no es la mejor herramienta para rodar de noche, en este caso ¡no me puedo quejar!